Armar un discurso que enganche de principio a fin no es nada sencillo. A menudo nos encontramos con auténticos tostones que, con sólo escuchar el principio, ya nos entran ganas de salir corriendo. Otros se deshacen como un soufflé: empiezan por todo lo alto pero poco a poco se vienen abajo. Los hay largos como un día sin pan: trufados de datos, con frases que no terminan nunca, historias sin historia, chistes sin gracia… No es fácil escribir un discurso interesante.
Todos ellos tienen algo en común: son largos, aburren y cuando terminan nos da la sensación de que hemos perdido el tiempo allí sentados escuchando.
Entonces, ¿qué hacer para poner remedio a este desastre? La respuesta es muy sencilla aunque conseguirlo no sea nada fácil: contar una historia. Lo que se conoce en el argot como storytelling.
Pero no puedes salir a contar una historia de cualquier forma. Tiene que tener un guión al estilo del que se hace para las películas.
Pongamos un ejemplo: un profesor de historia quiere explicar a un alumno la Segunda Guerra Mundial, concretamente la batalla de Perl Harbour. Usando el método tradicional, en el que el profesor detalla el bombardeo japonés a la base naval americana, el número de bajas y el impacto que supuso el ataque en la sociedad americana, es probable que una parte significativa del alumnado le parezca un auténtico tostón.
Ahora imagínate que el mismo profesor, en lugar de explicárselo a la antigua usanza, decide llevar a sus alumnos al salón de actos a ver la película Perl Harbour. Es muy posible que al terminar la película, el 100% de los alumnos sepan explicar qué sucedió en esa batalla.
Pero ¿porqué ocurre ésto? Al ser humano le gustan las historias. Estamos acostumbrados a ellas, resultan atractivas y mantiene nuestro foco de atención concentrado en ellas. Un chiste, un corto, una película, una experiencia contada por un amigo, una historia de superación personal… estamos rodeados de historias llenas de intrigas, dramas, comedia, amor, acción, terror… y nos gusta!!!
Así que, ya sabes, guioniza tus discursos. Convierte tus intervenciones en historias, pequeños cortos. Eso sí, deben ser historias que aporten valor, que enganchen desde el principio, que mantengan viva la llama durante la parte central del discurso y que terminen por todo lo alto, con un subidón de adrenalina.