A la hora de la merienda-cena, en España no hay mucho que ver en la TV. Bueno, a la hora del desayuno y la comida, tampoco.
En general, con alguna excepción, la televisión en España es bastante mala. Vale, malísima.
Todos de acuerdo.
Por eso cuando me estoy preparando la cena me pongo "First Dates".
Ya sabes, ese programa que las madres no saben cómo pronunciar. "Feisdeis", "Frichei", "Fredai" o "El programa ese de Carlos Sobera".
Un restaurante de citas sin filtros.
Lo mismo te puedes encontrar un joven disfrazado de marciano con orejas de Elfo; una chica que es "panamórica" o algo así, es decir, que se fija en lo de dentro de las personas (más allá del sexo); o un chico que busca "vínculos personales" (como quien busca setas).
El paisaje es variopinto.
También se cuela alguno normal, pero de vez en cuando.
Bueno, pues me pongo ese programa porque de ahí se pueden aprender cosas de la vida. Y de la oratoria.
Lo que es en sí el programa no merece la pena más que para echarte unas risas. El del casting también se las debe echar. Yo pagaría por estar en su puesto.
Bueno, al grano.
Resulta que hace unas semanas apareció un tipo llamado -creo- Rogelio.
Un señor mayor un tanto peculiar.
Rogelio había hecho sus pinitos amorosos pero, por lo que sea, resulta que el hombre se había quedado solo y quería:
- "Completar el libro de mi vida"
Bueno, hasta aquí todo normal, nada que objetar. Rogelio está en su derecho.
Lo del libro era tal cual. Estaba escribiendo uno y quería finalizarlo, y para ello necesitaba una pareja con la cual correr aventuras y plasmarlas en el libro.
Bueno, bueno... bien. Vale.
Y el tal Rogelio dale que te pego con su libro y su vida.
- "Yo es que he venido aquí a que me ayuden a completar mi libro"
- "Es que tengo mi libro sin terminar y busco una compañera de viaje que me ayude a acabarlo"
- "Es que mi libro..."
¡Rogelio!, ya!
Y claro, la mujer alucinaba en colores. Que si libro para arriba, que si libro para abajo.
Hubo un señor llamado Paco Umbral que también fue a la TV a hablar de su libro, pero no se puso tan pesado.
Bueno, pues la mujer obviamente estaba hasta el gorro del libro de Rogelio. Y de su autor. Esa señora no tenía claro si estaba en una casa de citas o en la editorial Planeta.
Bien, vamos con la pregunta final.
- Señora, "¿tendría una segunda cita con Rogelio?"
- "No, claro que no, es muy respetable lo de su libro pero yo busco una persona que además esté interesada en otras cosas".
Claro, la buena señora estaba pidiendo un poco de atención. Era un encuentro para buscar el amor, no el Nobel de literatura.
Así que cada uno por su lado. Rogelio a Planeta y la señora a su casa.
Todo bien entonces.
Pero... ¿Qué podemos aprender de todo esto? (Rogelio, atento, que esto lo mismo te interesa).
La oratoria, como la vida, va de escuchar. Cuando llevemos a cabo cualquier tarea que implique a otras personas, hay que escuchar y ver como encajamos las piezas.
En la oratoria las piezas son básicamente 3. Hay más, pero las 3 fundamentales son:
- El orador
- El mensaje
- La audiencia
Hoy te hablo de la audiencia. De analizarla, escucharla, ver qué quiere y qué necesita. Es, en mi opinión, donde más fallan los oradores, en el enfoque.
La mayoría diseña un mensaje que lo mismo sirve para Rogelio que para Donald Trump. Que quizá ambos no escuchen demasiado, pero seguro que tienen intereses distintos. Trump ha escrito algún que otro libro, pero dudo que sea capaz de hacerlo solo. Rogelio, en solitario, ya casi lo tiene. Son diferentes.
Y es que no investigar a tu audiencia es como escribir una carta de amor sin conocer aún al destinatario.
Bien, pues a diseñar un mensaje centrado en tu público, de eso hablo en el paso nº 2 de mi curso de oratoria. De ahí arranca todo. La esencia de tu charla o discurso está precisamente en el enfoque. Es la espina dorsal de tu mensaje, y te lo explico con un ejemplo muy muy claro.
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Esaú.
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Escribo historias para destacar al hablar en público varias veces a la semana.
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