El otro día mi madre se compró una lavadora nueva.
Las primeras lavadoras que yo recuerdo -allá por los años 80- duraban 15-20 años. Ahora ya no. Ahora si aguantan 10 vas contento, y si duran 8, pues es lo que habitual.
El caso es que se le rompió y pidió una nueva.
Una de las de ahora, de esas con aspecto de juguete chino que sabes que no va a durar mucho.
El pasado fin de semana pasé por casa de mis padres y ahí estaba la flamante lavadora.
Y lo que me temía, el cuadro de mandos lleno de botones, como una docena.
He visto paneles de control de aviones con menos opciones.
Siempre me he preguntado el porqué. Porqué si el 99% de las veces usamos el mismo programa para lavar, los ingenieros se empeñan en colocar muchos botones.
Supongo que pensarán que a más botones mayor será el precio que esté dispuesto a pagar el cliente. No tengo nada contra los ingenieros, solamente me sorprende que no hablen con los usuarios antes de diseñar las cosas.
Eso para otro post.
El caso es que mi madre, con la ayuda del instalador de la lavadora, había hecho unas pequeñas marcas con un rotulador indeleble en los botones donde tenía que tocar para poner en marcha la lavadora.
Tres pequeñas marcas.
Una por botón.
Tres.
Es decir, que ella había "corregido" de alguna forma al que diseñó el aparato. Armada con tan solo un rotulador, había simplificado algo complicado.
El poder de las madres es infinito, eso ya lo sabemos. Nada nuevo.
A veces me pregunto porqué la mayor parte de las personas piensan que hablar en público es complicado, o que está reservado a unos pocos con algún tipo de don o superpoder.
Pero la oratoria es -en realidad- una disciplina bastante sencilla.
Sí, los conceptos son bastante básicos.
Por ejemplo, para conseguir que nuestro mensaje llegue y se instale en el cerebro de nuestro interlocutor por mucho tiempo, hay que repetirlo.
Hay que hacerlo porque nuestra memoria no es un disco duro en el que grabamos una vez la información y ahí queda para siempre. No funciona de esa forma.
Por eso hay que repetir nuestro mensaje.
Repetirlo.
Repetirlo.
Pero no así. Porque nuestro oyente no es tonto y no le gusta que le traten como tal.
Hemos de repetir, sí, pero con otras palabras. Decir lo mismo pero de otra forma.
¿Se entiende, verdad?
¿Es sencillo?
Lo es.
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Esaú Martín.
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Escribo historias para destacar al hablar en público varias veces a la semana.
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