Te encuentras tan tranquilo en tu puesto de trabajo y aparece tu jefe para comunicarte que eres el elegido para presentar el último producto de la compañía, ese en el que llevas tantos meses trabajando. "Quién mejor que tú para ello", te dice. "Te vas a encargar de escribir y pronunciar el discurso de lanzamiento", concluye. Y se va por donde ha venido.
Superado el shock inicial, que tu jefe confíe en ti es sin duda una buena noticia y no quieres decepcionarle ni a él, ni a ti mismo. Pero la duda que te ronda y que quizá te rondará hasta el mismo día del discurso es si realmente eres la persona más adecuada para este encargo.
¿Qué cualidades hacen falta para ser un gran orador? ¿Cómo saber si cumples con al menos varias de ellas? ¿Quién te puede confirmar si eres la persona más adecuada para lanzar ese discurso? Estás desconcertado y las dudas te asaltan.
La respuesta, como ocurre en muchas ocasiones, está en ti.
La mayoría de las habilidades que se necesitan para pronunciar un discurso se pueden entrenar: el lenguaje corporal, el tono de la voz, el ritmo del discurso, las pausas, los silencios, la vocalización... todo ello se puede ensayar, de la misma forma que los deportistas entrenan para mejorar su técnica.
Pero hay una cualidad -que no habilidad- que no se puede mejorar con la práctica: la pasión. La pasión es llamativa y contagiosa. Si eres capaz de pronunciar un discurso y emocionar, el público se enamorará de ti. Y lo que es mejor, ocuparás un espacio privilegiado en su cerebro y tu mensaje habrá llegado a su corazón. Pero la pasión ni se compra ni se vende, simplemente se tiene o no se tiene.
Pero... ¿qué es la pasión en un discurso?
Qué no es la pasión
Vamos primero con lo que no es. No se trata de recitar una poesía ni de lanzar frases enrevesadas y empalagosas. Ni de hablar como lo harías a tu pareja. Ni de llevar a tu público a la lágrima fácil. Es algo mucho más sutil.
Te lo tienes que creer
Incluir el ingrediente "pasión" en la receta de tu discurso, significa en primer lugar que hables de aquello en lo que crees, con lo que te sientas identificado.
Por ejemplo, contar una experiencia propia que te marcó o defender unos valores en los que crees profundamente. Algo que esté alineado con tus experiencias o con tus creencias, y que estés convencido de que puede aportar un valor positivo a los demás.
Por el contrario, si por ejemplo padeces de sobrepeso porque tus visitas a la hamburguesería son frecuentes, no sería creíble dar una conferencia sobre modo de vida saludable. O si te invitan a hablar sobre nuevas tecnologías pero apenas has puesto tus manos sobre un teclado, tampoco resultarás convincente.
Si te proponen hablar de algo en lo no crees, olvídalo, es una mala idea.
Hay dos razones poderosas que te van a convencer para no hacerlo.
La primera es que estarás engañando a tu público (y a ti mismo, porque ese mensaje quedará asociado a ti para siempre), y la segunda es que se te va a notar, y mucho. Si tu jefe o algún familiar intenta persuadirte para hablar de algo con lo que no estás cómodo, explícale amablemente las razones por las que declinas la invitación. Lo entenderá. Y siempre recuerda esto: "El discurso es un traje a medida de quien lo pronuncia".
De la misma forma, si eres tú el encargado de decidir quién tiene que dar un discurso, busca a una persona que se crea lo que dice y, si es posible, que sienta pasión por la idea central del discurso. Sonará, sin duda, más auténtico.
Tienes que emocionar
Además de creer en lo que dices, el eje central de tu discurso tiene que ser algo que te emocione, que te remueva por dentro, para que esa misma carga emocional la puedas transmitir a tu público de forma natural. Tienes que ser una persona con cierta pasión -no es necesario que sea desmedida- y capaz de traspasar el muro imaginario que te separa a ti como orador de tu público.
Y si no emociono...
Es cierto que hay personas que pronuncian grandes discursos sin mostrar demasiada pasión. El famoso discurso de Steve Jobs en la graduación de la universidad de Standford en 2005 es un buen ejemplo de ello. Pero intentar parecerse a estas personas es muy difícil. Lanzar un gran discurso sin transmitir apenas pasión y aún así conseguir que todo el mundo lo recuerde, está al alcance de unos pocos privilegiados.
De hecho, lo normal es que se dé la circunstancia contraria: que magníficos discursos se vengan abajo porque el orador no siente lo que dice.
¿Quieres suscribirte a mi newsletter?
Escribo a diario historias sobre cómo destacar al comunicar en público. Además, intentaré venderte productos de alto valor para mejorar tu oratoria y que disfrutes hablando. Si esto es un problema para ti o crees que puedes ser el próximo Obama en dos tardes, por favor no te suscribas.