Hoy voy a hablarte de la importancia de unir oradores con discursos.
De pequeño tenía un amigo que era un tanto desastre. Un tanto es decir poco.
Era uno de esos tirillas con pinta de macarra que no asustaban a nadie. Era un buen chico pero básicamente pasaba de todo.
Sus padres le mandaban pequeños recados del tipo "ve a por el pan", "limpia la bici que la tienes llena de barro", "dile a tu amigo que no podrás ir a su cumpleaños"... vamos, las típicas cosas de chavales con aquella edad para que vayan cogiendo alguna responsabilidad.
Mi amigo no hacía nada bien, ni las cosas más simples.
Iba a por el pan y compraba el que no era. A la bici le enseñaba el trapo un poco por encima y se ve que con eso la bici no se quería limpiar; se le olvidaba avisar cuando no iba a los cumpleaños...
Vamos, un desastre.
A mí cada vez me sorprendía más. No podía entender que hubiera una persona tan torpe en el mundo. Era casi imposible cometer tantos errores en tareas tan sencillas.
Así que, tras uno de sus enésimos errores, decidí acabar con la intriga y hacerle la pregunta que debía haberle formulado años atrás. "¿Pero de verdad no sabes hacerlo?".
Y su respuesta fue de lo más inesperada e interesante: "claro, pero lo hago mal porque paso de que me manden más cosas".
Me quedé descolocado.
Los ojos se me salían de las órbitas.
Bueno, llámale vago si quieres -que seguramente sí- pero estoy seguro de que si le hubieran mandado hacer algo de su interés hubiera corrido raudo y veloz a hacerlo.
Al hablar en público ocurre lo mismo.
Hay temas y hay personas.
Y todos son diferentes.
Temas y personas.
Personas y temas.
Diferentes.
Y hay temas que no son para todas las personas.
Eso es así porque hay dos cosas en las que te tienes que fijar a la hora de ver si un discurso se acopla con un guante a un orador (da igual si tú eres el orador o si eres el que decide quién va a ser el orador).
La primera es si conoce el tema. Y me refiero a si lo conoce en profundidad.
Enviar a una persona -o quizá seas tú el enviado- a hablar de algo que no conoce bien no es el mejor punto de partida.
La segunda es la pasión. Es decir, si el orador siente que ese tema le gusta, le apasiona, le vuelve loco.
Estas dos circunstancias -conocimiento y pasión- se transmiten, quieras o no, al hablar en público.
Si vas a hablar y no tienes ambas, tu audiencia lo notará y es muy posible que la conexión que establezcas con ellos se vea seriamente afectada.
Así que, yo que tú, reflexionaría sobre ellos.
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Esaú Martín.
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