Cerca de mi casa hay un chino.
Una persona china, no, un restaurante chino.
Lo sé porque he ido en alguna ocasión pero no se me olvida su existencia porque se encarga de recomendármelo cada aproximadamente... un mes.
Sí, cada mes más o menos recibo en mi buzón propaganda del chino, del restaurante.
Lo que hago -espero que mis vecinos no me lean- es metérselo en el buzón de otro vecino -de cualquiera- y me quito el "chino" de encima.
Pero el chino hace su trabajo, porque se encarga de recordarme permanentemente de que está ahí: "Hola, soy el restaurante chino de enfrente de tu casa, cuando quieras estoy aquí esperándote para darte de comer".
No lo dice así (sólo buzonean su larguísima carta), pero es más o menos el mensaje que deja entrever cuando abres el buzón y -de nuevo- está ahí, el folleto, puntual a su cita mensual.
Los chinos son muchos pero no son tontos. Para nada.
La repetición es una de las armas más poderosas de la oratoria. "Ya, pero corro el riesgo de resultar pesado", habrás pensado.
Sí, si lo haces al estilo del chino de mi barrio, pero hay otras formas de decir lo mismo con otras palabras.
Porque nuestro cerebro no es capaz de registrar siempre un mensaje a la primera. A veces sí (si nos llama mucho la atención), a veces no. Un ordenador sí, nuestro cerebro no siempre.
Por tanto tenemos que repetir las cosas.
Repetir con cabeza, no al estilo del chino de mi barrio (que siempre manda el mismo folleto).
De repetir con cabeza y de cómo hacer que tus mensajes se instalen en el cerebro de tu oyente y sean comprendidos fácilmente, hablo en mi curso de oratoria.
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Esaú Martín.
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