Hace poco, uno de mis amigos se fue a vivir de alquiler a otra zona de mi ciudad y quedamos por su barrio para tomar algo y hablar.
Como tardaba en llegar, me dio por pasear por los alrededores.
Lo primero con que me topé era una tienda de... ni idea.
Pero ni idea.
Estuve mirando el escaparate durante varios segundos: unas fotos de paisajes por aquí, utensilios de plástico por allá, algo de tierra empaquetada por otra esquina...
Pero nada.
Alcé la vista para ver el letrero... peor aún. Un nombre raro de dos palabras que mezclaba dos idiomas, con unas letras que apenas se podían leer.
Estaba ya a punto de abandonar mi peculiar investigación, cuando en una esquina del escaparate vi una foto de una planta de marihuana.
Ok, una tienda de marihuana.
Yo no tengo nada en contra de este tipo de tiendas. Son legales, pues vale, que existan. Cada uno que haga lo que quiera.
Lo que me resultó extraño es la enorme confusión que mostraba su escaparate. Si eres una tienda de marihuana, pues di que lo eres y muéstrate tal cual, sin esconder nada. Como el resto de tiendas.
Su imagen era muy confusa y distraía.
Quizá para los amantes de la marihuana era un diseño normal (no lo sé), pero estoy seguro de que para el común de la gente era algo irreconocible.
Este tipo de distorsiones suceden a menudo en comunicación. Y los discursos no escapan a esta realidad.
Porque a veces oyes a alguien hablar en público y realmente no sabes qué está tratando de comunicar. Esto sucede porque la persona no tiene claro en su mente el mensaje principal de su charla, por lo que se dispersa y divaga, divaga y sigue divagando...
Y sus oyentes se aburren.
Hasta que acaban desconectando.
Bien, pues de esto, de cómo enfocar bien tus charlas -y de muchas otras cosas más- hablo en mi formación:
Esaú Martín.
El alta es gratis, la baja también
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